El Mundo que no Fue

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Caía la noche en Flagstaff, Arizona.

Una de las nuevas auxiliares estiraba su cuerpo inútilmente para mantener la limpieza en un astrógrafo de trece pulgadas.

Mientras tanto, Clyde yacía postrado sobre una silla junto a una taza de café —posición en la que había permanecido durante las últimas dos horas— comparando placas fotográficas sobre un microscopio de parpadeo.

—¿Señor? ¿Necesita algo? —preguntó la asistente.

—No, gracias. Estoy bien...

El astrónomo intuía que el planeta “Equis” era una realidad indiscutible, y que en su existencia radicaban las irregularidades que aquejaban a la órbita de Neptuno en nuestro Sistema Solar.

Sin embargo, hasta entonces no había sido capaz de probarlo.

La dama subió el volumen de la radio en donde resonaba “The Man I Love”, de George Gershwin y —haciendo una suerte de pantomima— comenzó a danzar al tiempo que sujetaba un plumero, como si tomara la mano de un bailarín.

—¿Vas a estar así mucho tiempo? —ironizó el astrónomo.

—Disculpe, señor. ¿Quiere que le sirva un poco más de café?

Clyde ignoró el comentario y prosiguió con la búsqueda, mientras le daba otro sorbo al helado tazón de café.

Aquellas imágenes que dormían ante sus ojos correspondían a las noches del 22 y 29 de Enero, perteneciendo a una misma región en el firmamento.

En cada una se podía divisar entre un total de cincuenta mil a cuatrocientos mil puntos de luz, que no eran otra cosa más que estrellas.

Entonces sucedió —mientras su asistente caía al suelo producto de una patinada, uno de los puntos se dirigió directamente hacia el fondo estrellado, llegando a la zona de la Constelación de Géminis.

Sin lugar a dudas la pequeñez de aquel objeto —prácticamente microscópico— le hizo suponer a Clyde que se trataba de un cuerpo celeste; un planeta al que bautizaría bajo el nombre de “Plutón”:

Fue presentando al mundo un 18 de Marzo de 1930, a diferencia de lo que muchos creen, recibiendo el nombre del dios de la mitología romana y del mundo de los muertos —“Plutón”—; aquel que podía volverse invisible ante los ojos del resto.

Acusando tres satélites naturales —Caronte, Hidra y Nix—, Plutón posee una atmósfera tenue, formada por nitrógeno, metano y monóxido de carbono, que se congela y colapsa sobre la superficie a medida que este se aleja del Sol.

Con una órbita excéntrica —que durante veinte de los casi doscientos cincuenta años que demora en recorrerla, se encuentra más cerca del astro rey que del mismísimo Neptuno—, Plutón logró alcanzar por última vez su perihelio en el mes de septiembre del año 1989.

Actualmente se aleja del Sol y no regresará hasta el año 2226.

Desde su descubrimiento Plutón ha sido considerado el noveno planeta de nuestro Sistema Solar. Pero en el año 2006 —luego de una infinidad de controversias— la “Unión Astronómica Internacional” publicó la nueva definición de Plutón: un planeta enano.

El término fue creado para definir a una nueva clase de cuerpos celestes que estén en órbita alrededor del Sol, no sean satélites de un planeta u otro cuerpo no estelar, cuenten con masa suficiente para que su propia gravedad supere la fuerza de cuerpo rígido y adquiera una forma casi esférica, y no logren eliminar a otros cuerpos más pequeños de su alrededor mediante colisiones, capturas o interferencias en su órbita.

Para quienes han crecido estudiando el sistema solar en los manuales de ciencia, Plutón ha sido y seguirá siendo un planeta, a pesar de las consideraciones que pueda iluminar el universo científico.

No obstante, mientras el mundo que conocemos es azotado por la propia negligencia humana, deberíamos preguntarnos si —al igual que Plutón— nosotros damos la talla.

Quedará en definitiva a ojo de buen cubero.

©Ernesto Fucile | www.ErnestoFucile.com.ar

 
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