El Fuelle de Astor

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Vestido para la ocasión, el joven caminó rápidamente hasta llegar a los departamentos de Bellas Artes de la Calle 48, en Broadway, Nueva York.

Tenía trece años y llevaba en sus manos un muñeco tallado en madera con la forma de un gaucho tocando una guitarra.

Con algo de fortuna, alcanzó el elevador en donde se encontraba una persona con dos botellas de leche.

—¿A dónde va con eso? —le dijo en inglés. El sujeto, quien no parecía conocer el idioma, respondió en castellano. Ahí nomás el muchacho se llenó los ojos de sorpresa—: ¿Habla español?

—Sí. Soy argentino.

—No puede ser —exclamó esta vez—. ¡Yo también soy argentino!

—¿No me digas? Entonces me venís al pelo, pibe. Me acabo de olvidar las llaves y no puedo entrar. Haceme el favor. Entrá por la ventana y decile al señor que me abra la puerta.

Haciendo caso, el joven cruzó el salón y, trepando los peldaños de la escalera de incendios, se hundió por la ventana de la habitación para despertar al sujeto que reposaba en una de las camas.

La reacción del morador no fue de las mejores y pronto estuvo nuestro joven amigo de salir volando de una patada.

De repente el que estaba en la cama de al lado se descubrió de la almohada y mientras se refregaba los ojos y se peinaba su cabello oscuro, preguntó:

—¿De dónde sos, pibe?

—Soy argentino.

—¿Y qué hacés acá? —cuestionó el morocho.

—Vivo acá, en Nueva York y soy músico como usted. Toco el bandoneón.

Tenía el nombre de Astor Pantaleón Piazzolla y había nacido un día como hoy, el 11 de marzo de 1921 en la Ciudad de Mar del Plata.

Vivió su infancia de paso entre Buenos Aires y Nueva York, y estudió música desde los 9 años, allá en los Estados Unidos de Norteamérica, y luego prosiguió en Argentina y Europa.

En el año 1935 participó como extra en la película “El Día que me Quieras”, protagonizada por “El Zorzal” Carlos Gardel y dirigida por el austríaco John Reinhardt.

Comenzó su carrera como bandoneonista en la orquesta de Aníbal Troilo —alias “Pichuco”— y la beca que obtuvo en 1952 por parte del gobierno francés lo incentivó a seguir en su propio camino.

Así fue como en 1955 Piazzolla regresó a nuestro país para formar el “Octeto Buenos Aires” con una selección de músicos cercanos a la jazzística norteamericana de Gerry Mulligan, con arreglos novedosos para el tango, como lo fue la incorporación de guitarras eléctricas y demás rudimentos que no se habían aplicado hasta el momento.

Generando broncas, envidias y admiración entre los ortodoxos de la comunidad tanguera, intitituló a su música con el nombre de "Música contemporánea de la Ciudad de Buenos Aires", provocando a todos con su vestimenta informal y su pose de pie, junto al bandoneón.

Alcanzó el punto más alto con “Adiós Nonino”, canción que compuso luego de recibir la noticia de la muerte de su padre Vicente Piazzolla, a quien apodaban “Nonino”.

Otros clásicos como “Violentango”, “Decarísimo” y “Muerte de un Ángel”, hicieron de Piazzolla una leyenda del nuevo Tango, logrando uno de los picos más altos en el Philarmonic Hall de Nueva York y musicalizando poemas del propio Jorge Luis Borges.

Falleció en Buenos Aires el 4 de julio de 1992, dejando un vacío y un legado imborrable en nuestra música

Sin embardo el mito y la leyenda parecen gozar de sus mejores días.

Será porque en la obra de sus melodías de nostalgias, New York y Buenos Aires se abrazan y se amigan. O tal vez porque en la insistencia de sus encomiables detractores el fuelle de Astor todavía respira.

©Ernesto Fucile | www.ErnestoFucile.com.ar

 
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