Un Vuelo a la Eternidad

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Dos pequeños tórtolos que estaban recostados sobre el pasto, dibujaban un corazón sobre el cielo gris.
Poco sabían de la guerra a excepción de los estallidos que escuchaban en la pradera, evaporando los girasoles en una fracción de segundo.
—Quisiera viajar en uno de esos... —decía el pequeño, señalando a la distancia—. ¿Te imaginas? Debe ser fabuloso.
—Te prometo... Que algún día...
—¿Algún día? —preguntó con curiosidad, pero la niña había volteado la cabeza hacia donde estaba el molino.
—¡Clara! —gritó un granjero de barba blanca y tiradores ajustados, con una escopeta para matar pájaros y vagabundos.
La damita, que al igual que su enamorado no alcanzaba los doce años, se soltó de la mano, ruborizada y con el corazón latiendo de preocupación.
—¡Nos encontró!
—¿Qué? —preguntó el muchachito.
—¡Mi padre!
—Pero... —intentó decir el pequeño con los ojos de un cachorro abandonado—. No te vayas...
—Tengo que irme.
—No... No... Por favor... No te vayas... —imploró el que con zapatos, pantalones cortos y medias hasta las rodillas, quería preservar aquello que no se podía.
La vida —amiga de la injusticia y de la ironía— deslizaba una gota de savia sobre una planta que aún resistía a escasos metros de una trinchera.
Muy lejos habían quedado aquellos enamorados que retribuían amor con amor y sonrisa con sonrisa, tomándose de las manos con esperanza.
Era el turno del fuego y la metralla, y el sudor recorriendo la frente debajo de un casco militar.
—¿Qué hacemos mi general?
—¡Disparen con munición pesada! —alentó el que organizaba las tropas que se habían parapetado detrás de un aljibe.
Inmediatamente uno de los soldados se escurrió a la par de un cañón dispuesto a descargar la artillería sobre el dirigible de un tal Ferdinand Von Zeppelin, quien había nacido un día como hoy, el 8 de Julio del año 1838.

Hijo de un ministro de Württemberg y Hofmarschall, Ferdinand Von Zeppelin fue en su madurez un reconocido general de caballería en los ejércitos de Württenberg, de Rusia y del Imperio alemán, aunque su primera aparición en la navegación aerostática se materializó en una competencia de globos en la campaña peninsular de la Guerra de Secesión Americana —entre los años 1861 y 1865— en donde efectuaría diversas ascensiones de observación para las milicias del Norte.
Llegado 1890 Ferdinand abandonaría el ejército para dedicarse de lleno al desarrollo de un dirigible a motor, que posteriormente se conocería en el mundo con el nombre de “Zeppelín”.

En el primero de estos, la tripulación, los pasajeros y el motor en dos góndolas de aluminio —que se suspendían por delante y por detrás— estaba conformado por una hilera de diecisiete cámaras de gas, recubiertas con tela encauchada y una estructura cilíndrica con una tela de algodón uniforme, con 128 metros de largo, 12 metros de diámetro y un volumen de 11.3 millones de litros de hidrógeno, controlado mediante timones a proa y popa y contando con dos motores de combustión interna Daimler de once kilovatios que impulsaban el andamiaje de dos propulsores.
En el año 1900 Zeppelin pudo poner a prueba su primer dirigible, transportando a cinco personas que recorrieron una distancia de seis kilómetros en poco más de quince minutos, y alcanzando casi los cuatrocientos metros de altitud.
Seis años después el Zeppelín realizaría un viaje de 24 horas, despertando el interés y el entusiasmo del público y del gobierno alemán, logrando éxito y notoriedad en los vuelos futuros.
La segunda versión del dirigible sería financiada con donaciones y por intermedio de una lotería, aunque el incentivo financiero no llegaría hasta 1908 cuando el Zeppelin LZ4 se hacía añicos, conformándose entonces el desarrollo de la Fundación Zeppelin.
Con la intervención de la administración militar —que se aventuraría en adquirir el LZ3 renombrándolo como Z1— los dirigibles serían utilizados en la aviación civil mediante la compañía de transporte aéreo “DELAG” de Ferdinand Von Zeppelin, transportando a más de treinta mil personas en poco más de 1.500 vuelos hasta el año 1914.
Con la llegada de la 1º Guerra Mundial los dirigibles de Zeppelín serían utilizados por el ejército y la marina alemana en tareas de reconocimiento y bombardeos aéreos, aunque los mismos dejarían de emplearse después del fracaso en Londres en 1917, año del fallecimiento de su creador.
Ferdinand Von Zeppelín nunca se enteraría del cierre provisional del proyecto Zeppelin —acontecido debido al Tratado de Versalles— como así tampoco del resurgimiento de los vuelos en dirigible, ignorando además que el sueño que había tenido sobre los vuelos trasatlánticos se haría realidad desde 1928 hasta el año 1937.

—¿Quién lo diría? —bromeó el sujeto de saco y corbata—. Hace veinte años teníamos que escondernos de tu padre, y aquí estamos... Casados y volando en un globo.
—Y... ¡Yo te dije! —aseguró la dama que junto a su esposo había cruzado el Atlántico a bordo del Zeppelín Hindenburg.
Sin embargo, cuando el dirigible que había soltado amarres ya se aproximaba hacia la torre, un destello chisporroteó en la popa, encendiendo el fuego que se extendió a lo largo y ancho de su estructura.
Los recién casados se tomaron de las manos mientras los demás pasajeros se aventuraban al vacío y el Zeppelín se carbonizaba por completo.
Dicen algunos que aquellos enamorados sellaron su amor con un beso, dibujando un corazón que aún se deja ver cuando flamea una llama.

©Ernesto Fucile | www.ErnestoFucile.com.ar

 
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