El Sello del Restaurador

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—¿Qué estás haciendo? —preguntó la maestra.

—¡Nada!

—¿Seguro? A mí me parece que estás haciendo algo.

—No... No estoy guardando nada... —respondió ingenuamente uno de los chicos que se había alejado del micro escolar.

—A ver, dejame ver...

—No... Mejor no... —se excusó, con los cachetes colorados y un guardapolvo blanco que le apretaba los brazos.

La joven educadora, no contenta con la respuesta del alumno, se acercó y le apartó las manos que cubrían un pozo que había dejado en la tierra.

—¿Qué es eso? —preguntó descolocada. Sin embargo, no hacía falta otra afirmación. Hubiera estado dispuesta a guardar el secreto, de eso no tenía dudas, pero para entonces ya era muy tarde. El resto del curso, incluyendo a la profesora de educación física, ya se habían acercado y se restregaban los ojos.

—Eso es... —intentó decir una niña de cabello rubio ensortijado—. Es un...

—Un tesoro... —afirmó el pequeño.

—¿Y de dónde lo sacaste?

—No sé. Estaba acá. Me puse a escarbar la tierra y... apareció.

—¿Y ahora? —preguntó la de gimnasia, aunque todos ya sabían la respuesta.

Aquel cofre había permanecido enterrado por casi doscientos años en los dominios de los bosques del “Parque Tres de Febrero”.

Su antiguo dueño, bautizado con el nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio —también conocido como Juan Manuel de Rosas—, había nacido el 30 de Marzo del año 1793.

Fue criado en la antigua Buenos Aires sobre la calle Santa Lucía que hoy —paradójicamente— lleva el nombre de “Sarmiento”, quien en su libro “El Facundo” lo llamaría "Tirano Semibárbaro” y “Horrible monstruo”.

Difícil es resumir la historia de Juan Manuel de Rosas sin dejar de lado las críticas y elogios, o despegando su vida política y militar del contexto histórico.
Sin ir más lejos su incorporación al ejército sucedió durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, cuando tenía apenas trece años de edad.
Fue administrador de los campos de sus primos —los Anchorena— y contrajo matrimonio a los 20 años con Encarnación Ezcurra y Arguibel, trayendo al mundo a Juan, María, y Manuelita.

En 1828 encabezó un levantamiento popular, aislándose del interior del país que permanecía en el bando unitario.

A partir de allí gobernó Buenos Aires durante dos periodos e hizo frente al bloqueo de la armada francesa y de la Confederación de Bolivia y Perú.

En el año 1842 alcanzó el poder absoluto sobre el territorio nacional y disolvió la Cámara de Representantes, apoyándose en las masas federales e interviniendo en los conflictos internos del Uruguay.

Para entonces su base popular ya se había deteriorado producto de su política fiscal hacia las clases postergadas y —sufriendo primero la intervención británica y francesa, y luego el ataque del gobernador Justo José de Urquiza, unitarios y gobiernos de Brasil y Montevideo— finalmente fue derrotado en la recordada “Batalla de Caseros” el día 3 de febrero de 1852.

Firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" —donde hoy se encuentra la Plaza Garay, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires— y se exilió en Gran Bretaña —en las afueras de Southampton— donde vivió en una granja reproduciendo características de una estancia pampeana, sin aprender el inglés ni otra lengua foránea.

Falleció el 14 de marzo de 1877 en Swathling, Hampshire.

La noticia de su muerte recorrió el mundo, llegando a Buenos Aires y provocando que el gobierno organizara un responso por las víctimas de su "tiranía" —así lo expresaron en aquel momento— y que instara mediante una prohibición para que bajo ningún concepto se realizara un funeral o una misa en su honor.

Una de las cartas firmadas por el propio Urquiza, que se ha conocido desde hace algún tiempo, decía: "Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos errores, he colocado en el poder".

Seguramente el nombre de Juan Manual de Rosas —aún objeto de grandes controversias— seguirá siendo reescrito por el constante revisionismo, y —tal vez, sin dejar de sorprendernos— aún queden algunos huecos en las antagónicas bibliotecas de nuestra historia.

©Ernesto Fucile | www.ErnestoFucile.com.ar

 
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