CAPÍTULO 03. Fuera de los azulejos

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—... ¿Qué está haciendo?

—Nada...

—Ya veo… —el inspector pasó la mano sobre la mesada de mármol como intentando dar con algo imperceptible—. ¿Se le perdió algo?

—Muy oportuno, Alenz... Porqué mejor no busca las llaves...

—¿Para qué las quiere? Nunca me las pide cuando se mete en la casa... —Calvino dibujó una sonrisa en su rostro.

—Sigue resentido por eso...

—A mí no me resulta divertido...

—No se ofusque, Alenz... No tengo pensado abrir ninguna puerta de esta propiedad...

—¿Entonces para qué necesita las llaves? —el inspector echó un vistazo por la ventana.

—Las llaves del auto, mi estimado amigo...

—Olvídelo...

—Vamos, Alenz... El mundo no va a cambiar si usted no cambia... —Ríspido ladró como interesado en participar de la conversación.

—Lo siento… El auto no saldrá del taller hasta la próxima semana...

—Ya veo porqué dicen que fue un golpe muy duro… —reparé en mí alrededor. El vaso de Calvino seguía intacto sobre la barra de la cocina.

—¿Y el Whisky? Quiero creer que se lo va a tomar...

—No por el momento… —abrí los ojos de par en par. Ríspido acompañó mi confusión con un movimiento de hocico.

—¿Y para qué me lo pidió?

—¿Qué le pedí?

—El Whisky…

—Alenz, creo que se tendría que hacer ver de la cabeza…

—¿Me está hablando a mí?

—No se preocupe, lo vamos a solucionar... —Calvino se levantó del taburete y caminó hasta la puerta de entrada.

—¿Adónde cree que va?

—Adónde “vamos”, querrá decir...

—¿Cómo que “vamos”?

—“Cómo” no es la pregunta apropiada...

—Espere... —murmuré para no despertar a los niños. El inspector regresó la mirada hacia mí como olvidando decir algo importante.

—Tenemos que visitar a un viejo amigo…

—¿A esta hora?

—Usted es muy intuitivo...

—¡Un momento! Inspector, sea más específico...

—No se preocupe... Se lo explicaré durante el viaje...

—¡No! Ningún viaje... Ya le dije que no voy a dejar a Rebeca y...

—No se queje, Alenz, y abra la puerta... Ya es hora de salir de estos azulejos...

—Sí... La última vez que dijo eso casi me matan de un tiro en la cabeza...

—Ni me lo recuerde...


(FLASHBACK)

... Casi que cayéndome del espanto, oí llorar a Macarena y a Rebeca, mientras el intruso que las mantenía cautivas regresaba sobre sus pasos con una fina y delicada cuchilla de acero…

—No grite, Alenz… —dijo Calvino al tiempo que me tapaba la boca con una de sus manos.

—¿Inspector?

—Baje la voz... No querrá alertar a nuestro huésped... —las advertencias de Calvino fueron en vano. Inmediatamente el que portaba la cuchilla, se percató de nuestra presencia y se volvió en dirección al pasillo. Supe que no era precisamente para darnos la bienvenida. Las piernas se me entumecieron cuando le vi agitar una pistola que sacó de uno de sus bolsillos. Pensé entonces que se trataba de un juguete. El malviviente, quien tenía el rostro cubierto por un pasamontañas, levantó el arma y me apuntó directo a la cabeza. Fue extraño. Sentí el fogonazo poco antes de que jalara del gatillo—. ¡Cuidado! —bramó el inspector y me derribó contra el suelo. Las balas pasaron silbando junto a mis oídos—. ¡Por aquí! —Calvino me arrastró tomándome de la campera hasta resguardarme en el interior del baño. Probablemente hubiera muerto de no ser por el inspector.

Atranqué la puerta con el cerrojo y me parapeté al costado del lavamanos. Calvino hizo lo propio situándose prácticamente sobre el cerámico de la bañera, y luego se hincó con ánimos de espiar a través de la cerradura. Comencé a reptar hacia delante hasta unirme a él.

—Dígame que trajo su arma... —el inspector se dio la vuelta y me miró con superioridad.

—Yo que usted me mantendría alejado de la puerta...

—¿Porqué? —no alcancé a completar la frase. Del otro lado del pasillo, el delincuente disparó repetidamente contra el baño. Puse los brazos en forma de escudo, mientras una lluvia de aserrín me caía sobre la cabeza.
Cuando el estruendo cesó, quité las manos y levanté los ojos con el cuerpo aún pegado al suelo. La puerta estaba completamente agujereada y allí estaba Calvino en cuclillas, contando los orificios que se habían formado en la madera, todos ellos a media altura.

—¿Cuántas veces disparó?

—¿Qué?

—Digo que... ¿Cuántas veces disparó?

—No sé... ¿Por qué?

—Fíjese... Hay siete agujeros en la puerta... Siete agujeros, y con los tres primeros disparos, ya serían diez balazos...

—Es una buena cuenta... ¿Y con eso que? —no debí preguntar. El criminal volvió a dispararnos. Por la velocidad de la balacera podría decirse que se trataba de una ametralladora.
Durante unos segundos sobrevino el silencio. Luego el inspector habló:

—¿No vio el arma que tiene? Es una nueve, Alenz... ¿Sabe lo que es eso? —debo haber fruncido el ceño y de alguna forma eso hizo desesperar a Calvino—. Una pistola nueve milímetros... ¡Alenz, por favor! ¿No sabe distinguir un revolver de una semiautomática?

—¡No! ¿Por qué tendría que saberlo? Usted es el policía...

—Precisamente... Esa es el arma reglamentaria...

—Un momento... ¿Qué hace ese loco con una semiautomática de la policía en mi casa? —Calvino pestañó sugiriendo la respuesta. En ese instante el delincuente comenzó a dar mazazos sobre la madera con la intención de derribarla.
No lo niego, sentí miedo y la sangre se me heló por lo que iría a acontecer.

—¿Cuantos disparos contó? —volvió a preguntar Calvino moviendo los ojos hacia arriba. Temblando y con los dedos abiertos de la mano derecha, le indiqué la respuesta—. ¿Cinco veces?

—Creo que sí... ¿Por qué? ¿Qué tiene eso de importante ahora?

—¡Ya verá! —dijo mientras se encaminaba hacia el botiquín del baño—. Ya es hora de salir de estos azulejos...

—¡Un momento! ¿Qué va a hacer?

—No se preocupe, Alenz... —sentenció Calvino—. Tengo un plan...

* Continúa el 10 de Julio de 2009 en Capítulo 04. Mandarina

©Ernesto Fucile | www.ErnestoFucile.com.ar

 
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